sábado, 26 de febrero de 2011

Discusión en la mesa

Cuatro cubiertos de mesa discutían con tanta propiedad sobre la situación del clima en la ciudad, que el comensal, apenado de interrumpir e interesado por escuchar argumentos elaborados, decidió, después de todo, que esa noche no era tan importante cenar. Cayó en cuenta de inmediato de su necesidad de escuchar gente importante e inclinándose hacia atrás con delicada sutileza, observó a los panelistas quienes comenzaban a tomar formas radicales a la vez que tenían posturas más refinadas en su discusión.

Por ejemplo la cuchara, estirada, alta y de piernas delgadas, hacía nudos constantemente con su boca y parecía que su frente se le iba hacia atrás, tal vez oponiéndose a cada cosa que el tenedor hablaba.

Ya sea por su deseo de convencer a los demás o bien por la mala costumbre de esperar que todas las personas nos hagan caso aún en lo más evidente, el tenedor manoteaba con violencia ante la notable contradicción de su amiga y utilizaba una de sus manos de acero para señalar a la cuchara, que permanecía parada negando cada cosa con sus labios.

Sentado y dócil, el cuchillo parecía emocionado mirando a lado y lado de la discusión que cada vez se ponía más acalorada, pues el intolerante tenedor utilizaba ya tres de sus manos de acero invitando a la cuchara a que se pusiera de acuerdo con sus ideas, a lo que esta únicamente se limitaba a negar apretando cada vez más sus labios y hundiendo su boca de una manera por así llamarlo grosera.

El untador de mantequilla en cambio, no parecía interesado en esta efemérides ideológica. Más convencido de su verdad o tal vez aparentando tener opiniones más precisas y refinadas, él, sencillamente decidió dar la espalda. Se remangó una ligera manga roja y sirviéndose de un vaso cercano que le valía de espejo, sacó su engreída lengua y comenzó a acicalarse las manos.

El comensal, sentado en su silla en una postura de noventa grados, comenzó a desinteresarse por el debate, que hace varios minutos había dejado de aportar tesis importantes. Arrepintiéndose de su decisión de postergar su cena para otra noche, se abalanzó contra los cubiertos sin duda alguna. El primero en ser agarrado fue el tenedor, quien por poco alcanza a saltar del comedor. Naturalmente la cuchara fue la segunda, y fue más fácil de tomar, ya que aún se encontraba con los ojos cerrados, negando con la cabeza y su boca apretada, nunca le dio la razón a nadie. Pero el primero en ser comido fue el cándido cuchillo, que no intentó ni siquiera huir, temblando del miedo solo observó cuando el hombre lo succionó y se lo comió de un solo sorbete. Siguió el tenedor, que molestó un poco en la garganta y no fue sencillo de pasar, seguramente por las manos que no dejaba de agitar. La cuchara, que ni aún estando en esa situación tan difícil, se percató de lo sucedido y con sus ojos cerrados y su boca hundida perdió la vida sirviendo con agrado al hombre a pasar al carrasposo tenedor.

Con mucha sed, después de tres bocados fuertes, el hombre observó que el untador de mantequilla seguía lambiéndose las manos frente al vaso. Fue entonces cuando se llevó la sopa al hocico y bebió toda la cantidad del plato en 4 tragos gigantes, se limpió la boca con uno de sus brazos y mirando el reloj de reojo se fue a dormir.

Al apagar la luz de la sala, el untador de mantequilla miró con desprecio hacia el techo, y resignado, soltó un suspiro y se suspendió en un repentino sueño mientras miraba tras la ventana un grueso de nubes oscuras que no le dejaban ver las estrellas.