sábado, 31 de marzo de 2012

Cúcuta narrada desde el Heavy Rock




Una brisa de aplausos verdes me despiertan en una ciudad tranquila, donde aún es posible escuchar el suave ruido de la gente cuando camina y el sereno eco del pensamiento. Son árboles que madrugan y trasnochan en frente de mi casa en Cúcuta donde escuché por primera vez Ángeles del Infierno. Mientras unos cantaban villancicos y otros oían a Joaquín Sabina, nosotros hacíamos de nuestra grabadora un templo de guitarras desgarradas y metáforas grises.

Se trataba de una oportunidad en medio de la desinformación impuesta o del exceso de información impuesta. Ángeles del Infierno hizo posible pensar sintiendo cada palabra, haciendo sincera la vida y aliviando con honestidad la dura tarea de volcarse hacia lo desconocido. Íbamos sin rumbo pero resueltos, con la firme decisión del convencimiento de los sentidos y con el vértigo de las velas de un barco que todos quieren hundir.

El Heavy Metal europeo explotó en nuestros corazones mezclándose al calor de la ciudad, dándole sentido a las largas noches de caminar por barrios de casas amplias y aislando las voces tradicionales de la música predecible propias de un trópico acostumbrado a sonreír y a festejar pero no a ser honesto con el siempre peligroso territorio  de la íntima tristeza.

Esa fue la Cúcuta que caminé, la ciudad que murmura y entreteje leyendas urbanas que se resisten a silenciarse en medio de los gritos del exceso maleducado del dinero malganado. Siempre hay árboles hablando en esta “patria solar” que guardan las rutas y los sonidos de quienes somos los verdaderos dueños de la memoria del pavimento. El Heavy Rock impulsó la travesía de convertir el ensimismamiento en pensamiento crítico, agrietando las insípidas estructuras conservadas que no resistieron las boyantes fábricas delincuenciales que vendrían en años posteriores.

Hoy, a cientos de kilómetros de mi ciudad, tengo en mis manos la entrada para el concierto de Ángeles del Infierno, madrugué a escribir estos párrafos y a escucharlos… fue inevitable recordar lo que les cuento en estas líneas. Pienso después de todo, que la música guarda dentro del sonido una cantidad de interacciones químicas donde se mezclan sólidos tangibles que hacen posible la reconstrucción física de espacios y tiempos concretos, Cúcuta y mis primeros años como sujeto.