Frío
Hace frío de ciénaga seca.
A cambio de barro blando partido entre ramas apretadas,
crece un frío gris solitario,
alimentado de matices diversos,
de todos los colores que,
pintados por la
ciudad,
subsisten sin alma.
A pesar de la ausencia del
escurrir de los riachuelos,
del ruido de las ranas perdidas en el hueco del eco
de la noche,
el pensamiento reconstruye todo en un placebo hostil y mentiroso,
tranquilizante como treinta y dos kilos de alucinógenos.
Se recuerda casi que sin
imágenes,
se recuerda con sólido tacto,
con sólidas vibraciones que tocan más
allá del sonido.
Se vive para el recuerdo y se recuerda para morir.
Se muere
para que recuerden,
se recuerda para nada.
Agua, tecla y voz,
envueltas de
melodrama caótico en la violencia del instante,
en la tortura del segundo
tirano.
Ojos que se cocinan en líneas que aparecen amables
y abrazan sin darse cuenta hasta el ahogo,
al borde del auxilio
donde la persistencia muere.
Algunas canciones recuerdan todos
los niños que viven dentro de uno,
los que juegan,
los que miman,
los que
diabluras no dejan de hacer.
El que camina y siente el planeta en la planta de
los pies
el que simplemente yerra y no se juzga.
Se desliza el hombre por el
reloj,
agarrándose de olvidos,
nadando con plantas,
inhalando vida,
exhalando
días,
componiendo su gran obra musical,
tectónica como el silencio.