EPIFANÍA 607
Del corazón salen ardiendo preguntas agrias
Tertulia, sonido y azar
José Fuentes: Bueno, es sencillo, como nadie me pregunta nada, y creo que tengo varias preguntas que responder, decidí hacerlo por mi propia cuenta.
Jp: Después de tanto José, ¿en qué etapa de la vida cree que se encuentra?
JF: Me gustaría que me reconocieran como un Ex-Existencialista vegano postconstructivista boreal.
Jp: Bien, José, con todo respeto, y sin ánimo de lastimar sus creencias… usted vegano nunca ha sido, ¡ni siquiera vegetariano! Y además, el postcontructivismo boreal no existe, vaya usted a saber. Y bueno, digamos que lo de Ex_existencialista si se lo puedo creer…
JF: Señor periodista, déjeme recordarle que sólo yo sé sobre mi propia vida y ¡que mas da ! ya que mi dios agnóstico no me dió el don de pintar como John Singer Sargent, ni de tocar la guitarra como Adrian Smith, ni de ser tan exitoso con las mujeres como Ron Jeremy, me tocó aprender a decir maricadas...
Jp: Eso de alguna manera tiene sentido, pero lo que si no tiene una correcta explicación para mucha gente es el por qué decidió hacer una Maestría en Economía.
JF: Porque quiero salvar al mundo.
Jp: ¿Salvar al mundo? ¿De qué?
JF: De ese totalitarismo de Estado al que llaman comunismo y de ese ausentismo de Estado al que llaman capitalismo.
Jp: Bien señor José, quiero decir, recuerde que usted es sólo un ciudadano, en consecuencia, enfrentarse a la burguesía capitalista de este país es un peligro latente y confrontar el comunismo de este país es declararle la guerra al Hippie burguesismo.
JF: ¿Me está tomando usted del pelo?
Jp: ¿por qué lo dice señor?
JF: ¿que el hippie burguesismo qué?... ¿de qué demonios me habla?
Jp: Bueno, para nadie debe ser un secreto que los abanderados líderes del comunismo en este país gozan de los mismos privilegios académicos y comodidades culinarias de la clase burguesa. Es decir estudian en Europa, viven en rosal…
JF: Pero como se atreve usted… ¿trabaja usted para William Brownfield? ¡Lacayo plutarca! Confiéselo, ¿es usted quien plancha las corbatas a William Brownfield?
Jp: No me maltrate usted señor, yo solo vine a hacerle una entrevista, que usted mismo solicitó, en este caso, yo también solicité, es decir, solo nosotros sabemos la intención de estas preguntas y respuestas.
Del demonio y otros amores.
Enamorarse es una pandemia, donde todos se hacen daño con todos, y el que se hacía daño contigo, se está haciendo daño con otro, una carnicería de miedos e intolerancias. Entiéndase por daño lo que a su merced prefiera, sea extrañar, desear sin poder, o restringirse por placer. En consecuencia con mis argumentos, el sentido del enamorarse, tal cual lo entiendo yo (el de los síntomas en la mirada con dolor en la región vertebral, presión de tórax y alma inflamada) es una enfermedad del poder, el amor es un virus de la autonomía y la voluntad. El amor no debería existir, no vale la pena vivir de cualquier forma, estar enamorado te destina a perder el control de todo. Vean aquí un psicorrígido perdiendo las riendas de su propia vida.
* Texto creado para Daniela Suárez Medina a finales del año 2009
Cuatro cubiertos de mesa discutían con tanta propiedad sobre la situación del clima en la ciudad, que el comensal, apenado de interrumpir e interesado por escuchar argumentos elaborados, decidió, después de todo, que esa noche no era tan importante cenar. Cayó en cuenta de inmediato de su necesidad de escuchar gente importante e inclinándose hacia atrás con delicada sutileza, observó a los panelistas quienes comenzaban a tomar formas radicales a la vez que tenían posturas más refinadas en su discusión.
Por ejemplo la cuchara, estirada, alta y de piernas delgadas, hacía nudos constantemente con su boca y parecía que su frente se le iba hacia atrás, tal vez oponiéndose a cada cosa que el tenedor hablaba.
Ya sea por su deseo de convencer a los demás o bien por la mala costumbre de esperar que todas las personas nos hagan caso aún en lo más evidente, el tenedor manoteaba con violencia ante la notable contradicción de su amiga y utilizaba una de sus manos de acero para señalar a la cuchara, que permanecía parada negando cada cosa con sus labios.
Sentado y dócil, el cuchillo parecía emocionado mirando a lado y lado de la discusión que cada vez se ponía más acalorada, pues el intolerante tenedor utilizaba ya tres de sus manos de acero invitando a la cuchara a que se pusiera de acuerdo con sus ideas, a lo que esta únicamente se limitaba a negar apretando cada vez más sus labios y hundiendo su boca de una manera por así llamarlo grosera.
El untador de mantequilla en cambio, no parecía interesado en esta efemérides ideológica. Más convencido de su verdad o tal vez aparentando tener opiniones más precisas y refinadas, él, sencillamente decidió dar la espalda. Se remangó una ligera manga roja y sirviéndose de un vaso cercano que le valía de espejo, sacó su engreída lengua y comenzó a acicalarse las manos.
El comensal, sentado en su silla en una postura de noventa grados, comenzó a desinteresarse por el debate, que hace varios minutos había dejado de aportar tesis importantes. Arrepintiéndose de su decisión de postergar su cena para otra noche, se abalanzó contra los cubiertos sin duda alguna. El primero en ser agarrado fue el tenedor, quien por poco alcanza a saltar del comedor. Naturalmente la cuchara fue la segunda, y fue más fácil de tomar, ya que aún se encontraba con los ojos cerrados, negando con la cabeza y su boca apretada, nunca le dio la razón a nadie. Pero el primero en ser comido fue el cándido cuchillo, que no intentó ni siquiera huir, temblando del miedo solo observó cuando el hombre lo succionó y se lo comió de un solo sorbete. Siguió el tenedor, que molestó un poco en la garganta y no fue sencillo de pasar, seguramente por las manos que no dejaba de agitar. La cuchara, que ni aún estando en esa situación tan difícil, se percató de lo sucedido y con sus ojos cerrados y su boca hundida perdió la vida sirviendo con agrado al hombre a pasar al carrasposo tenedor.
Con mucha sed, después de tres bocados fuertes, el hombre observó que el untador de mantequilla seguía lambiéndose las manos frente al vaso. Fue entonces cuando se llevó la sopa al hocico y bebió toda la cantidad del plato en 4 tragos gigantes, se limpió la boca con uno de sus brazos y mirando el reloj de reojo se fue a dormir.
Al apagar la luz de la sala, el untador de mantequilla miró con desprecio hacia el techo, y resignado, soltó un suspiro y se suspendió en un repentino sueño mientras miraba tras la ventana un grueso de nubes oscuras que no le dejaban ver las estrellas.
Mi nona Guille.
Crecí viendo a mi abuela torcerle el pescuezo a las gallinas.
Les amarraba de las patas con una pita azul o roja, que guardaba cuando desamarraba los costales que, a hombro, traía del mercado. Las ahorcaba en una reja hasta que dejaran de mover las alas y definitivamente sus ojos dejaran de temblar. Pasaban al lavadero de la casa para el desplume, los baldes se tragaban todo lo que no se podía comer. Plateados eran los platones, morada la sangre y duras las muñecas de mi abuela. Estando desnudas ya, desfilaban al fogón para "quitarle los cañones". Enseguida eran descuartizadas y llevadas al agua hirviendo con las demás hortalizas. Los perros siempre levantaban el hocico y miraban como arrugando las cejas al dolor o sacándole la lengua al instinto. A quien le saliera el corazón era alguien afortunado. Pero mi abuela algunas veces hacía trampa. Mucho después vine a enterarme, de que ella metía el corazón en mi plato. Extraño se me hace ahora, que a mi mamá nunca le disgustó perder.
Mi nona Guillermina no nos dejaba despiertos después de las 8 de la noche ningún día, ni tampoco nos dejaba dormir más de lo necesario, o como la mayoría de veces, no dejaba dormir lo suficiente. Siempre con un sermón sobre su vida en el campo y sobre sus antiguos patriarcas que la hacían voltiar para sembrar lo que se llevaba al estómago. Dicho discurso legitimaba con gran radical jerarquía su chamizo, que tanto temimos mi prima Jenny y yo. Daba terror escucharle la comba a esas ramas sonando contra los pies de alguno de mis primos. Hoy recuerdo con alegría que corríamos con esas patas rojas por toda la casa. Nos cascaba por andar descalzos.
En el patio de esa casa inmensa había cilantro, ahuyama, palos de mango, cocos, mandarina, merey, gallinetas, perros, lombrices rosadas de tierra y perras con nombres masculinos italianos. Mucho después de sus muertes pude enterarme de que Chocholi y Liqui no eran machos sino hembras, algo que seguramente me hizo crecer con alguna distorsión sexual animal. Cuentan rumores familiares que esos nombres caninos fueron el resultado de una comprometida afición de mi tio Julio por el ciclismo. No lo sé, pero en casa de mi nona Guillermina no crecimos rodeados de bibliotecas o grandes conversaciones sobre el arte y el espíritu, pero si crecimos en un ecosistema lingüístico singular, con comida salida de la tierra de nuestro propio patio, el olor a ese mango ácido del que estaba prohibido comer con sal, los picos de botella partidos alrededor de toda la casa para que no se metieran los ladrones, los claraollas en donde se cagaban las palomas y dejaban sombras sobre el piso de tabletas amarillas y vino tinto en donde se podía jugar rayuela todo el día.
La casa de mi nona Guille era una visagra cultural. Se trataba de un refugio de costumbres, alimentos, lenguajes, colores, aromas, texturas y reglas campesinas ocultas para siempre en el casco urbano de la ciudad de Cúcuta, que se fue perdiendo a medida que nuestros primos y yo, que no nacimos en el campo como mi abuela, fuimos al colegio a educarnos. Desde ese entonces las matemáticas de segundo grado nos infundieron más miedo que el Chamizo en las grandes manos de doña Guillermina Ortega. Llegó la buena educación y la magia terminó.
Instinto- Desdicha -Emociones
No tengo nada que decir
sólo tengo ganas de golpear
no de escribir
¡De escribir no!
tengo ganas de golpear
y sabiendo mi desdicha
no golpeo
escribo.
Como cuando dan ganas de matar
solo se tiene ganas de matar
y sabiendo la desdicha
no asesino
discutimos.
Que desdicha para el instinto escoger siempre el mejor camino.
la paz es una estupidez
el arte, el corral donde se amansa el infierno,
ya no soporta tanto!
Podrán Apartar al gozoso
y Prohibirán el júbilo
pero el alma siempre termina revolcándose
ya que resulta menos difícil engañar a las matemáticas
que a la condición humana.
Litros de historia dan cuenta de ello
Dios resulta siendo una ofensa
en el imperio de las emociones.