sábado, 28 de agosto de 2010


Rodrigo Rodriguez

Rodrigo Rodriguez nunca saludaba. Su margen facético parecía iniciar en una boca difícilmente redondeta vestida con labios lisos, lustrados con un brillo húmedo y arqueada en forma de letra o. Lo acompañaba siempre una mirada tardía que hacía pensar al transeúnte que su cerebro demoraba en procesar las imágenes unos 6 a 9 minutos, es decir, si sientes que te mira, el hasta ahora está pensando en la lonja de pandeyucas de la esquina a sus espaldas. Su pelo es castaño muy claro, acentuado con el incoloro resplandor del desaseo. De piel blanca como una empanada precocida sin freír, con tenues lunares maderosos que aparecían con aleatoriedad. Podría pasar desapercibido si no fuera por su ejército poco ortodoxo de diecisiete perros andrajosos que caminaban como niños peludos o hienas sin tema con mirada humana, intercalándose entre sí el nudo de seguridad interno y externo de la comparsa del gordo que les tiraba con paciencia torpe astillas de hueso sin cartílago. En este péndulo de miradas con disciplina cartesiana y olor a chanfle, se fortalecía un espectro energético oscuro. Si se pudiera ver el suceso con lentes avanzados, se podría dibujar una bola inconstantemente amorfa de moho invisible.

...continuará

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