jueves, 13 de septiembre de 2012


Frío



Hace frío de ciénaga seca. 
A cambio de barro blando partido entre ramas apretadas, 
crece un frío gris solitario, 
alimentado de matices diversos, 
de todos los colores que, 
pintados por la ciudad, 
subsisten sin alma.

A pesar de la ausencia del escurrir de los riachuelos, 
del ruido de las ranas perdidas en el hueco del eco de la noche, 
el pensamiento reconstruye todo en un placebo hostil y mentiroso, 
tranquilizante como treinta y dos kilos de alucinógenos.

Se recuerda casi que sin imágenes, 
se recuerda con sólido tacto,
con sólidas vibraciones que tocan más allá del sonido.
Se vive para el recuerdo y se recuerda para morir. 
Se muere para que recuerden, 
se recuerda para nada.

Agua, tecla y voz, 
envueltas de melodrama caótico en la violencia del instante, 
en la tortura del segundo tirano.

Ojos que se cocinan en  líneas que aparecen amables 
y abrazan sin darse cuenta hasta el ahogo,
al borde del auxilio
donde la persistencia muere.

Algunas canciones recuerdan todos los niños que viven dentro de uno, 
los que juegan, 
los que miman,
los que diabluras no dejan de hacer. 
El que camina y siente el planeta en la planta de los pies 
el que simplemente yerra y no se juzga.

Se desliza el hombre por el reloj, 
agarrándose de olvidos, 
nadando con plantas,
inhalando vida, 
exhalando días, 
componiendo su gran obra musical, 
tectónica como el silencio.