domingo, 16 de mayo de 2010

La revolución del espíritu

Compatriota ignorante: ¿Cómo pretende usted ser ciudadano de un Estado incorruptible cuando ni siquiera es capaz de separar a dios de las decisiones políticas? ¿Cómo pretende usted vivir en un país de élite cuando no reconoce la diversidad a su alrededor? ¿Cómo pretende usted sentirse identificado por esta tierra cuando no reconoce la importancia de quien durante centenares de años ha sabido reconocer mejor el ecosistema donde ahora usted vive? Acá todo el mundo se compara con la organización y la pulcritud Europea o con la liberalidad estadounidense, pero nadie se toma el trabajo de emprender el esfuerzo de transformar la sociedad. Y el país no se cambia saneando el déficit fiscal.

Colombia se transformará un día después de que termine una fuertísima disputa entre el sector anémico y conservador representado en la clase política tradicional y una revolución cultural VIOLENTA y sin precedente. Esa sublevación torrencial irá acompañada con asonantes movilizaciones de indígenas, homosexuales, hombres y mujeres acentuadamente desnudas por las calles, marihuaneros fumando por los andenes, pervertidos sexuales, inválidos victimas de la violencia y desplazados levantando pancartas con una memorable mala ortografía. Es el día en que la Nación se apretará los genitales con las manos y aprenderá a reconocer su esencia, donde la virtud convive con el defecto, y donde el defecto, que hace parte del alma permanece olvidado desde que comenzó nuestro tiempo. Tengo gran expectativa de que antes de morir, sea miembro activo de la revolución más importante de la patria, la revolución del espíritu.

Nos hace falta alguien que mate definitivamente a dios, o al menos lo encadene dejándolo en el estricto lugar donde no haga estragos en el comportamiento del Estado. Amigo Colombiano inculto: no estamos en la era medieval, donde el Rey se autoproclamaba una representación de todopoderoso en la tierra. Me importa una zanahoria que el sujeto que dirija el país le rece mas a la tortuga de su casa que a Mahoma, Alá o Jesucristo y la virgen María. Para eso ya hace varios siglos se separó la iglesia de la política.

Es necesario darle el suficiente eco a una vasija de barro indígena al igual que se le da importancia a Simón Bolívar o Santander. Aprender y sentir sincero respeto por nuestra diversidad cultural. Generar empatía y proyección solidaria entre la región costeña, altiplano cundiboyacense, llanos, amazónica y santanderes.

El agnóstico, el homosexual, el indígena, son parte del espíritu oculto de la nación. Pero se ha mantenido confidencial no por ser nocivo, sino porque las conductas tradicionales que nos han mantenido en la anemia cultural y política, no les han permitido ser partícipes del verdadero rostro del país.

No es consecuente desear con ideales vanguardistas, y pensar y actuar como vasallos medievales, saltándonos por completo un proceso minucioso que tiene que ver con reconocer nuestros instintos culturales.

No se puede omitir la necesidad de que la corbata, la diplomacia y la razón se encarguen de las formalidades necesarias de la representación el Estado en un contexto de máximo respeto y paz. Pero no tendrá sentido la existencia de un país sin un constante reconocimiento de su evolución cultural. El día del llamado a la insurrección del espíritu, será violento, porque la revolución cultural se hará con el clítoris, el alma y la superioridad magnánima del arte.

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