miércoles, 27 de mayo de 2009

EL ESPEJO HIRVIENDO

Me distrae de bajar las escaleras una mirada naranja,
la encuentro entre sus cejas de vidrio;
mi ventana que resiste toda ese bombardeo de color.

Y no es entre aquellas montañas que nos regala el paisaje del viajero,
mientras toma un té con la visita del anochecer,
encerrado en ese auditorio inmenso de fauna espesa
y amarrada con el temple de la fortaleza de las cortezas,
entre ese acero marrón y las rocas como tumbas de faraones plateadas en su inestática perdurable,
los diques del campo,
el pesebre del crepúsculo.

En este entonces, al horizonte se le irrita el cuerpo,
y florece en él esa tonalidad ebria
que solo se compara con una gran explosión en cámara lenta ,
o una pólvora manipulada por un dios niño gigante,
es el espejo del hierro hirviendo derritiéndose en el centro del planeta,
el último cartílago del día que está por reventar,
el cielo y la tierra son ya la misma persona.

Le tiembla la piel al agua,
se ablandan mis tobillos,
se aprietan los ojos del campesino,
se parten las cabezas de concreto, la cuneta de la razón,
¡ no es de día ni de noche ! nos dice el corazón,
y es nuestra admiración la alborada acústica del padecimiento del sol.

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